Libertad - Fascículo 2

Este, es un lugar extraño, lleno de colores vivos e intensos, no como la oscuridad de mi burbuja. Las luces apenas me dejan ver. Solamente cuando la sombra de alguna silueta se para sobre mi cabeza. Además, antes hacía mucho calor ahí dentro, ahora tengo bastante frío, no hay nada que me arrope, simplemente la piel que cubre todo mi cuerpo rozando el aire. Siguen los sonidos dulces, ahora son más fuertes y nítidos. Ya sé que son voces, al igual que comienzo a encontrar las relaciones que hay entre los molestos sonidos. Se mantiene en mí la sensación extraña. No sé que querrán de mi todas las personas que me rodean. Este es un mundo que no entiendo, no se como hay que comportarse cuando todo el mundo te observa, te habla, incluso grita o te golpea en el culo. Me empieza a agobiar esta situación. ¡Ya no puedo más!.

De pronto, una intensa situación recorre mi cuerpo. Se inflan mis pulmones hasta llenarse del todo, la boca se abre cada vez más, mientras los ojos se van cerrando poco a poco. Como si de un engranaje perfecto se tratase, mi cuerpo se agita, moviendo brazos y piernas. A la vez que mis ojos ya cerrados comienzan a gotear y los pulmones exhalan todo el aire contenido, emitiendo un sonido desgarrador, que salía por la boca. El conjunto crea una bellísima respuesta: el llanto. Parece que todo alrededor se calma, unos brazos me envuelven transmitiendo la misma sensación, que antaño sentía cuando estaba acomodado en mi burbuja. Un tranquilo balanceo es suficiente para encontrar un sueño profundo.

Quizá no es para tanto cuando a las pocas horas me desperté en un terrible llanto, alertando a toda la gente de la zona. Pronto vienen personas, vestidas de un blanco resplandeciente, interesándose por mi estado. Lo que no saben es que estoy bien. Me gusta llamar la atención, he encontrado esa maravillosa alarma, con la que puedo controlar a la gente. Las personas de mi alrededor, cuando no saben que hacer me cogen entre los brazos, me dan de comer, me cantan con dulce voz, o no tanto cuando un señor con barba lo intenta, o simplemente me arropan. La comunicación es imposible.

Me llevan a un lugar nuevo, al fin hay menos gente, no soportaba el ruido que había en aquel lugar de las personas vestidas de blanco. Me han traído tan solo dos seres. Los brazos que me recogen, protegen y calman al instante, y la persona que canta fatal pero siempre viene velozmente cuando reclamo la atención. Es curioso como voy reconociéndoles, poco a poco experimento nuevas situaciones en las que se crean emociones. Tan rápido estoy alegre, como me pongo a llorar hasta más no poder, que raro soy… Una cama, un montón de imágenes sugerentes, y cosas, que no sé para que sirven rodean mi nuevo lugar. En este sitio, de vez en cuando me dejan solo, me gusta trastear un rato, hasta que me doy cuenta de que no hay nadie más, eso me da miedo, así que les llamo, por supuesto que llorando, y llorando, y llorando. Por más tiempo que pasa no me entienden, ahora yo soy libre, o eso creo. Lo único que quiero, es que me respeten esa libertad. Salir de paseo, comer cuando me apetezca, jugar y dormir, sobretodo dormir, que placentero se está cuando nadie te importuna con sus querencias. Pero no puedo… ¿Por qué la estancia fuera de una burbuja, en la que se supone que soy libre, me gusta menos que un lugar en el que me dan todo ya hecho?

Últimamente, estoy desarrollando un sistema nuevo que parece que mi madre y mi padre, sí ya se quienes son, parece que me entienden. Cuando se entrecorta el llanto es que quiero mimos, cuando es como si la vida se escapase de entre mis manos, es por la comida obviamente y cuando lo acompaño de bostezos, obviamente es la hora de dormir. ¡Hhhaaaafff!, sí, creo que va siendo hora de echarse una cabezadita. Los días van pasando, unos lentos y otros rápidos.

Mientras, voy conociendo el mundo, a las personas que me rodean, la familia, la gente de la calle y algún que otro visitante de la casa. La casa, donde como, duermo, y verdaderamente hago lo que quiero. Porque al salir de allí es otro mundo. Desde mi puesto acomodado, en el carro con ruedas, observo a las personas siguiendo unas normas, parece que todos siguen una dirección y luego vuelven tras sus pasos. Aún sin entender mucho sobre la vida y las emociones, veo rostros serios, incluso amargados, como si la vida les tratase mal, yo no querría acabar así. Contados con los dedos de una mano, eran las caras que mostraban una mueca de alegría o un ápice de dulzura. Me pregunto qué puede ser lo que les enoje, más no encuentro la respuesta. Sin embargo, se de algunas preguntas que me ayudarán a entender estas vidas.

Cuando veo a los niños jugar, me dan envidia al correr, saltar, gritar y bailar. Parecen tan felices valiéndose por sí mismos, sin ataduras ni problemas. Más no pueden dejar de lado a las personas que cuidan de ellos, como yo. Los padres están poniendo normas, corrigiendo y en algunos casos castigando a los pequeños, además de atenderles y cuidarles. ¿Qué pasaría si no existiesen normas?, oigo muchos casos en los que los niños se quejan de que me gustaría hacer algo, pero no me dejan, o les dicen que ya cuando sean mayores aprenderán. Yo creo que no van a aprender, les dicen que serán libres, pero siempre estarán atados a algo o alguien, que les diga que hacer o no. Equivocarse en este mundo parece no es una opción.


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